LA NECESIDAD DE PONER LÍMITES EN LA INFANCIA

Todos seguimos unas normas y sabemos que hay límites que no debemos pasar. Lo que quizás para nosotros está claro para un niño puede parecer un mundo. Los límites que nosotros conocemos fueron aprendidos desde la infancia.

Desde que nacemos tenemos límites y poco a poco vamos aprendiendo a respetarlos y aceptarlos. Al principio buscamos el refuerzo inmediato, conseguir todo lo queremos lo más rápido posible, sintiendo frustración cuando ese refuerzo se demora. Esto es, existe poca tolerancia a la frustración. Durante la infancia debemos ir aumentando esa tolerancia a la frustración, aprender a demorar los refuerzos y entender que no se puede conseguir todo lo que se quiere.

Todo esto es un trabajo progresivo que el niño consigue con la ayuda de los padres quienes, en la mayoría casos, son los que cumplen esta función. Poner límites no es una tarea fácil y muchas veces es agotador si lo sumamos al ritmo de vida que llevamos. Es probable que cuando intentemos poner límites a un niño aparezcan rabietas y llantos, lo cual es normal y no debemos alertarnos ante ello. Respecto a las rabietas, debemos intentar ignorarlas y aguantar sin ceder ante sus peticiones pues poco a poco, según vayan viendo que no consiguen lo que buscan, esas rabietas irán desapareciendo. Si les prestamos atención van a ver que esa táctica funciona y seguirán haciéndola ante cualquier negación de algo que quieren. Otro aspecto a tener en cuenta es la pena, muchas veces sentimos pena cuando vemos a nuestros hijos llorando porque no han conseguido lo que querían. No debemos olvidar que este es un proceso por el que los niños tienen que pasar y lo hacemos por su bien. Las consecuencias de no poner límites dan como resultado niños, adolescentes o adultos con problemas emocionales al no saber cómo manejar la frustración que sienten y a la que se tendrán que enfrentar a menudo.

Ahora bien, ¿cúal es la manera correcta de hacerlo? Lo primero y más importante es saber que al igual que pedimos respeto a nuestros hijos, también debemos de respetarlos nosotros. Esto implica saber reconocer nuestros errores, pedirles perdón cuando nos equivocamos y fomentar una buena comunicación, sobre todo a nivel emocional: que el niño se sienta escuchado y le preguntemos sobre cómo se siente para que sea capaz de verbalizar y exteriorizar la frustración que aparece en esos momentos. También es importante razonar, el porqué de los límites y las normas, intentar que los cumplan porque entiendan que es necesario y no por miedo a consecuencias negativas. Sin embargo, esas consecuencias negativas deben existir cuando no se cumplen las normas pero debemos intentar que los castigos sean educativos y reparadores. Es importante ser consistentes y actuar siempre de la misma forma ya que de lo contrario los niños recibirán mensajes contradictorios y no sabrán cómo actuar.

Algo fundamental a tener en cuenta es que debe existir una muy buena comunicación entre los padres. Todo debe de estar hablado previamente para coincidir ambos en lo que se le dice al niño. Si en algún momento surgieran diferencias entre ambos miembros de la pareja, se debe hablar sin que esté delante el niño y cuando se haya llegado a un acuerdo se le comunica al niño. Siempre de debe agradecer al niño cuando hace algo que le pedimos y reforzarle cuando cumple las normas.

Por supuesto, no debemos olvidar que los adultos somos un modelo a seguir para los niños y, por lo tanto, debemos dar ejemplo sobre lo que está bien y está mal, con nuestra conducta. Tampoco debemos olvidar que poner límites es una tarea diaria y no es fácil, por lo que habrá días mejores y días peores tanto en la actuación del niño como en la de los padres.

Nazaret García del Río. Psicóloga clínica y educativa.

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